Gárgolas insomnes

Diciembre de 2003

Los límites del tiempo tienen, detienen, contienen a las horas de piedra en el oscuro laberinto de la mente. Para mal de vampiro anémico, la sangre ha dejado de correr. Los rasgos del rostro emergen al paso de los días y lo transforman, se transforman en su máscara. Mi noche de presagios vuela, como pájaro agorero, sobre las azoteas del miedo. Hay soledad para todos. El cuervo guía nuestro regreso al origen del odio. La espiral del hundimiento es un hoyo negro que pasa por la puerta del insomnio y deja su huella en el techo. En la patología del monstruo agazapado, la misantropía y el pesimismo escatológico engendran fantasías y fantasmas, mitomanías delirantes y amnesias deliberadas. Un recuerdo en forma de mosca invadirá el silencio de los gatos y las gárgolas, perturbará mis obsesiones, mi cansancio.

[] Iván Rincón Espríu

Noviembre de 2003

De regreso en el puerto, Tanek vendió entre ladrones y traficantes los anillos que había hurtado a los cadáveres; compró varios baúles para que las armas y pertrechos no se oxidaran con la humedad de la gruta en donde se guarecía; compró también combustible, árnica y vino, que llevó de regreso a la isla dentro de los baúles; ocultó las armas y pertrechos en una gruta y se trasladó con todo lo demás a otra guarida. Había encontrado una cueva prácticamente invisible desde fuera, bastante grande, pero con una entrada pequeña y un conducto que le daba suficiente ventilación desde arriba; la limpió de víboras, alacranes y demás alimañas; colocó antorchas por todos lados; construyó una bañera con rocas de granito; compró sartenes, trastos de metal y otros utencilios para cocinar; terminó convirtiendo esa cueva en una guarida perfecta, muy segura y funcional, y con un ambiente agradable, además. Sus tratos con los traficantes del puerto incluyeron la venta de armas, lo que le permitió comprar cuanto necesitaba y cometer incluso algunos excesos, más allá de sus noches de putas y borracheras. Con el paso del tiempo a través del mar, entre la isla y el puerto, la cautivadora hospitalidad de la guarida se hizo cada vez más superflua. Al cabo de unos meses, parecía el escondite de un comerciante mercenario o un ladrón, más que el refugio (por supuesto, temporal y, desde luego, austero) de un revolucionario perseguido. Tanek la había adornado con damascos de seda, palmatorias, candelabros y candeleros, floreros de cristal y paramentos. Quemaba incienso en pebeteros de cobre y bebía hasta la náusea ron antillano y vino español. El colmo fue que terminó colocando en el suelo un tapete persa.

[] Iván Rincón Espríu

Noviembre de 2003

Cuando dormía, parecía moribunda; ahora que ha muerto, parece dormir.

Bram Stoker

"Se murió la que había resucitado". Así decía el encabezado principal de un diario que, a mitad de la borrachera, recogimos del pavimento a nuestro paso por las calles que separaban a la fiesta de su continuación en casa de una amiga común. Oscar leyó la crónica en el camino, interrumpiendo su lectura con una carcajada incontenible, contagiosa. Se trataba del velorio de una mujer muy fea y de mediana edad, muerta prematuramente, según el consenso de médicos y parientes. El momento era solemne, como suelen ser todos los velorios, con flores y rezos, pésames falsos y reconocimientos póstumos. Los familiares y conocidos ocasionales de la difunta desfilaron durante dos días ante su féretro con singular hipocresía, porque nadie la había querido nunca (alguien la quiso matar, pero prefirió esperar a que muriera sin ayuda), hasta que, en la última despedida, uno de los presentes percibió un movimiento en el párpado derecho de la occisa. "¿Vieron eso?", preguntó a los demás, señalando con el índice el interior del ataúd. Un reducido grupo de personas se asomó al féretro y advirtió que la mujer supuestamente muerta gesticulaba como si más bien estuviera dormida y, de pronto, abrió los ojos, miró al techo, a los alrededores, a los deudos, y al encontrarse dentro de un ataúd se alteró, se incorporó y espantó a todos; constató que se trataba de su propio velorio y, exaltada, les reclamó el despropósito de enterrarla viva, pero nadie la escuchó, todos gritaron; ella salió de la caja fúnebre y exigió explicaciones, pero el ambiente ya era de histeria colectiva. Entonces la invadió un ataque de cólera; comenzó a gritar también, preguntando por qué y cómo era posible que le hicieran eso. La respuesta unánime fue la sorpresa y el pánico. Asustados, no hacían más que gritar y correr. Algunos trataron de encerrarla en la sala mortuoria, pero cuando la mujer comenzó a destrozar todo cuanto había a su alcance, incluyendo el ataúd, un grupo masculino de familiares suyos regresó al recinto y, entre golpes, manotazos, arañazos, contorsiones, mordidas y escupitajos, lograron sujetarla y someterla. Para contener también los insultos, el grupo decidió amordazarla. Sólo una persona permaneció impasible durante la crisis. "Esto es un milagro", dijo. "Es obra de Dios, nuestro Creador; démosle gracias. ¡Oh!, alabado sea el Señor".

La mujer era epiléptica, obviamente, y sufría de múltiples males cardíacos, así que lo menos recomendable para su precaria salud era enojarse como lo hizo. Terminó llorando al constatar la insensibilidad y la sordera voluntaria de aquellos a quienes consideraba cercanos. Un infarto al corazón detuvo sus latidos. Vino la inmovilidad. La sangre dejó de circular. Su cara palideció y después se puso morada. La concurrencia funeraria presenció una muerte real, pero esta vez -por si las dudas- llamaron al médico para que la confirmara. Una vez confirmada, continuaron el velorio, lo llevaron a buen término (aunque fue necesario reparar el ataúd) y, al día siguiente, enterraron por fin el cadáver. Lo demás pasó al anecdotario.

Así era, aproximadamente, la crónica de aquel periódico infame que Oscar y yo levantamos del pavimento, y él leyó entre carcajadas, hasta que, de plano, terminó revolcándose en la alfombra, una vez que llegamos a la casa de la amiga que hasta de madrugada festejaba nuestras visitas.

Para desgracia de los tres, Oscar también tenía problemas cardíacos, y yo no lo sabía. En medio de su ataque de risa, sufrió un infarto al miocardio, y el paro masivo tuvo un efecto parecido al de sus intenciones histriónicas, de su gran borrachera y su risa desquiciada. Nuestra amiga y yo creímos que se trataba de una farsa, un simulacro, pero Oscar había muerto realmente, mientras nosotros platicábamos, bebíamos y bailábamos. "A ver a qué horas se levanta este farsante", nos decíamos. Pero el "farsante" nunca se levantó; se quedó inmóvil durante horas, se puso pálido y después morado. Las articulaciones de su cuerpo dejaron de serlo.

Lloré durante días, pero sin lágrimas, tratando de exorcizar el sentimiento de culpa con mis habituales recursos de autodestrucción, hasta que un día llamé al reportero del periodicucho; le pedí el nombre de la mujer resucitada y luego muerta de verdad. "No, mano", me contestó; "esa historia yo la inventé". Le hice creer que su relato me había fascinado y lo cité en un bar del centro de la ciudad. Llegaré tarde para que se tome unos tragos esperándome y, cuando esté borracho, lo voy a matar.

[] Iván Rincón Espríu

Noviembre de 2003

Ambos se quitan la dentadura postiza para dormir. Doña Clara saca de la cuenca su ojo falso y lo coloca en el buró. Don Oscuro acomoda la prótesis de su pierna junto a la cama. Los dos roncan fieramente y empapan de saliva la almohada. Huelen al sudor intoxicado que han dejado acumular desde hace una semana, olor al que suelen sumarse las flatulencias. Cambian de posición cada quince minutos durante la noche. Y uno sueña con el otro.

Ella sueña que él ha muerto y lo desentierra para robarle un ojo, pero no encuentra más que la prótesis. Los gatos del cementerio -gatos que ni de noche son pardos- invaden de pronto la caja fúnebre y, con felina seriedad, la miran esperando a que ponga de nuevo la tapa encima; ella lo hace y se pregunta qué habrá pasado con él. Mientras camina absorta por sus cavilaciones mortuorias, comienzan a seguirla todas las ranas del panteón, que terminan croando con entusiasmo unánime y despiertan a los muertos, pero ella sigue autista, como si nada, encerrada en sí misma, dentro de la sordera. Los muertos se quejan del ruido, exigen guardar silencio y vuelven a morirse. Doña Clara decide pasarse al sueño de su marido para descifrar la incógnita, pero no lo consigue. Se queda en el puente que crece en la medida que uno avanza, y tampoco puede regresar porque no se atreve a pasar encima de las ranas... cientos de ranas.

Mientras tanto, don Oscuro sueña que duerme y ella es un fantasma que lo visita, ya sin dentadura postiza y ojo falso, para esconder la prótesis en un lugar distinto cada noche, dentro de la vieja casa donde viven. Don Oscuro sueña que despierta y no encuentra su prótesis; que la busca por todas partes y la halla, finalmente, cuando ya es hora de volver a la cama.

Don Oscuro despierta siempre a mitad de la noche; va al baño y confunde los crujidos de las endebles muletas con los de sus huesos, igual de frágiles. Regresa a la cama, que también cruje, y comprueba que la prótesis está donde la había dejado. "¡Pinche vieja!", espeta, al cabo doña Clara está sorda, y vuelve a dormirse. Entonces sueña que ella es un fantasma que le esconde la dentadura postiza mientras él duerme para que, al despertar, tenga que buscarla todo el día. Sueña que después duerme con la dentadura puesta, pero que despierta desdentado, y la mujer se ríe, también sin dientes, con la cuenca del ojo vacía. Y la carcajada lo despierta. "¡Pinche vieja!", le dice, pero como ella no lo escucha la golpea sin fuerza. Doña Clara despierta alterada, mira el reloj y vuelve a dormirse. "¿En dónde estabas?", pregunta inconscientemente antes de roncar de nuevo. Don Oscuro tarda en reconciliar el sueño por temor a la posible repetición de la pesadilla, pero termina profundamente dormido.

Al despertar en la mañana comienza un día rutinario, monótono y, al menos para ellos, normal. Todos sus actos son lentos y débiles. Han perdido la voluntad de comunicarse. La relación cotidiana se basa en valores entendidos. En el fondo se detestan, se aborrecen, pero han creado una dependencia mutua de la que ninguno de los dos intenta liberarse. Parecen resignados a la soledad. Son indolentes. A estas alturas de la vida comienza el declive y lo único que pueden hacer con fuerza es roncar.

[] Iván Rincón Espríu

Octubre de 2003

I

El paso del tiempo a través de la memoria distorsiona los recuerdos, los deforma, termina convirtiéndolos en caricaturas, en mentiras grotescas, anticipos de amnesia, pérdida mental, pretérito consumido por la voracidad implacable del olvido... Y uno se aferra obsesivamente a las imágenes, las palabras, la atmósfera toda, en la soledad y el retraimiento del insomnio, en la reflexión ensimismada, en esta consciente aproximación a la muerte... El paso del tiempo a través de la vida, incluyendo sus restos, sus vestigios, deja una huella tan efímera como todo lo que toca, o como si caminara sobre la arena del desierto-viento o la playa-mar.

Los momentos se pierden en el tiempo y sus recuerdos en la memoria, "como lágrimas en la lluvia", diría el último replicante rebelde.

¿Cuánto tiempo durará en nuestra mente lo que pensamos? ¿Cuáles serán los límites del pensamiento y la memoria? ¿En qué medida será necesario escribir y traducir con palabras nuestras sensaciones o experiencias ambiguas, subjetivas y hasta contradictorias, nuestros delirios, para que la chispa del momento al que algunos llaman inspiración encienda la llama que terminará en incendio y que algunos llaman reflexión?

"La edad del tiempo" es el nombre de la obra literaria de Carlos Fuentes. ¿Y qué es el tiempo? Platón escribió en uno de sus albores que el tiempo es la eternidad en movimiento. ¿Y qué es entonces la eternidad inmóvil? ¿La muerte, acaso?

Emil Schildt Emil Schildt

II

En Macondo, como ustedes recordarán, hay una época de insomnio colectivo, tan prolongado que todos van perdiendo la memoria y terminan olvidando hasta el nombre de las cosas, les ponen un letrero con su nombre y después olvidan el significado de ese nombre...

Yo no pierdo la memoria. Pierdo tiempo, fuerza física y cabello (también algo de peso). En mi caso, es precisamente la memoria lo que no me deja dormir. En mis noches de insomnio y vino tinto suelo navegar hasta el naufragio, pero no "en las heladas aguas del cálculo egoísta", sino en esta cosa que llaman internet.

III

Las horas de insomnio prolongan el silencio, lo petrifican, y llenan el vacío de mi soledad con ilusiones, como la sombra del vampiro en el espejo y el reflejo de Narciso en el estanque de agua. Las horas de insomnio aguzan y agudizan mis sentidos, hasta que termino escuchando latir el corazón de las estatuas. Las gárgolas también guardan un silencio de piedra y aun así las escucho, las veo sangrar por dentro y derramar lágrimas cuando llueve. Al escampar vomitan sobre los perros callejeros, porque les parecen estúpidos, cobardes y gregarios, y porque además no se bañan. Los gatos son noctámbulos, más no insomnes.

Mi soledad herida por la renuncia busca desesperadamente su propia imagen en el espejo sombrío y no encuentra sino el vacío, como si la metáfora del espejo fuera más bien una ventana por la que puedo asomarme, a través de las telarañas, al abismo personal, y reencontrarme con mis odios, con mis miedos, que al parecer no tengo, ¿pero de dónde, tan flaco, tan enclenque, saco tanta violencia?

El insomnio es soledad, aun cuando se comparta. Dice Octavio Paz que las "masas modernas" son aglomeraciones de solitarios. Yo agrego entonces que la soledad colectiva es un síntoma de las grandes metrópolis, y sus aglomeraciones son la suma de nuestras soledades (aunque el resultado de esa suma arroje siempre números negativos), como ahora el chat y las comunidades virtuales y los foros de discusión en internet, incluso a través del correo electrónico, y los famosos blogs, y como hace algunos años los buscadores de pareja por teléfono, que enlazaban llamadas o concertaban la cita de una vez; negocio de listitos que aprovecharon la patética urgencia de algunos incautos, imbéciles, ociosos o desesperados, y las hotline o llamadas porno. En realidad, la soledad colectiva es tan abismal que en Japón existe, desde hace veinte años, una versión moderna de la muñeca inflable. Se trata de un robot con la cara y el cuerpo y la voz de la mujer que uno elija (Marilyn Monreo, por ejemplo). Sus funciones dependen de la capacidad que uno tenga para programarla, pero de lo que se trata, a final de cuentas, es de paliar la soledad. Y supongo que, después de veinte años, este robot sigue teniendo únicamente apariencia de mujer, porque en el intento de superar el machismo y la misoginia no hemos avanzado nada... en Iberoamérica, por lo visto, hemos retrocedido.

En fin, que las horas de insomnio son mustias y sombrías, obsesividad noctámbula, silencio a través del cual puedo escuchar ruidos y voces del pasado. El insomnio es una búsqueda del minotauro en el laberinto de la soledad para descubrir, al encontrarlo, que soy yo mismo. Las horas de insomnio son atisbos, anticipos de muerte prematura, valga la redundancia; son horas de ansiedad sofocada, locura reprimida, destructividad interior; horas que hacen del tiempo una eternidad con alas atrofiadas; horas de vértigo inmóvil y vertiginosa inmovilidad; horas de una oscuridad tan luminosa que parece un Aleph; horas negras que se extienden como las alas de un cuervo... y no levantan el vuelo.

IV

¿Cuál será la diferencia entre un ilusionado y un iluso? Yo digo que las desilusiones siempre tienen algo qué ver con un sapo. ¿Algunos ejemplos? Desilusionado el caminante, al ver que debajo de la piedra que le cantaba no había más que un sapo. Desilusionado el príncipe que, al besar a la rana, en vez de convertirla en princesa, quedó convertido en sapo. Y desilusionado el sapo, al saltar todas las noches sobre las estrellas dormidas en los charcos.

Las mejores estrellas son las que lograron convertirse en agua, me dice Carlos Oliva. Las mejores estrellas, entonces, son como las mujeres, le respondo; porque ahora podemos sumergirnos en ellas y bogar en la profunda intimidad de sus humedades.

V

Y mientras Arnold le dice "hasta la vista, baby" al gobernador saliente de California, y Sharon extiende su locura genocida más allá de Palestina, y Bush lo apoya y pretende hacer de la ONU su lavadora de negocios tan sucios (por no decir asquerosos) como la guerra, y aquí, en México, se destapa la cloaca, pero sigue la ignominia... yo trato nada más de descifrar el lenguaje críptico tatuado en las alas de una mariposa nocturna que duerme en mi pared mientras velo por su sueño.

Y ya que digo mentiras, ahí les va otra: Vivo en una mansión hereditaria, bastante lóbrega, obsesionado con la idea de que algunos rincones albergan fragmentos de eternidad. Hace unos días me encontré en el ático al otoño detenido y, aunque estábamos a mitad del verano, alcancé a escuchar, entre el silbido del viento y el rumor de las hojas muertas, el presagio de una tórrida tormenta. Aquí respiro demasiada soledad y me sofoca. Los duendes y fantasmas que habitan estas casonas mantienen cerradas todas las puertas y ventanas para impedir el paso... de las horas.

VI

A decir de Octavio Paz, "no nos ahogamos en la fuente que nos refleja, como Narciso, sino que la cegamos. Nuestra cólera no se nutre nada más del temor a ser utilizados por nuestros confidentes -temor general a todos los hombres [y todas las mujeres]- sino de la vergüenza de haber renunciado a nuestra soledad".

¿Y qué es el insomnio si no una renuncia? Al romper el círculo de nuestra soledad renunciamos a ella. Y al dejar de dormir renunciamos a soñar, y al dejar de soñar renunciamos a vivir, y al dejar de vivir renunciamos a la muerte... Que yo sepa, se mueren los vivos, nada más, y los muertos se reviven, y los revivos se requete mueren, y los requete muertos se quedan polvo o reencarnan en filósofos.

Pero un día me pregunté si renunciar a la finitud del día a cambio de una noche infinita era vida y obtuve por respuesta un falso consuelo: no es vivir pero tampoco morir, sino todo lo contrario.

Mejor aquí le paro, porque si la vida fuera un sueño, para despertar de mi insomnio tendría que suicidarme, y si diera por vivido lo soñado, me quedaría igual.

[] Iván Rincón Espríu

Emil Schildt Emil Schildt

Octubre de 2003

-Ya ven a dormir, estás cayéndote de sueño y tienes cara de Nosferatu desvelado -me dijo Emma Thomas, preocupada, a eso de las tres de la mañana, pero cuando enseñé los colmillos y gruñí, mejor no insistió más y regresó a la cama sin mí; entonces revisé la galería de vampiros mexicanos hasta que reconocí a Magú, también conocido en La Jornada como Bulmaro Castellanos. "Lo sabía, desgraciado, sabía que tenías que ser vampiro para lucir así". Y seguí viendo rostros por el estilo, algunos de veras horribles, horripilantes, pero el mayor horror de la noche lo experimenté al tratar de contemplar en el espejo mi cara de "Nosferatu desvelado" y no ver nada, no encontrarme, o más bien encontrarme de frente con el vacío, la oquedad, la nada.

Comencé a sentir una sed incontenible al ver las venas palpitantes de Emma Thomas, acurrucada en los brazos de Morfeo, hecha un ovillo. ¡Sangre joven de mujer!, pensé, pero ante su belleza y sensualidad preferí regresar al vino tinto, que también es sangre... el de consagrar es la sangre de Cristo, se supone, así que "santifica" o, por lo menos, relaja o, de plano, apendeja... al menos por un rato.

A partir de hoy seré un vampiro abstemio de sangre, me dije, como aquel de la canción que hizo Serrat con ayuda de Benedetti; al cabo en vida fui vegetariano durante cinco años, algo que nunca pudo entender la mente carnívora de Carlos Oliva, Gabriela Sosa o Felipe Echenique. "No Manchester", exclamaba incrédulo el Chaneque, una vez desorganizado el festival maratónico frente a la embajada gringa, cuando nos fuimos todos a las quesadillas y las chelas. En realidad, mi única restricción era comer cadáveres.

En fin. Antes de disponerme a dormir, noté que se me había caído todo el cabello, que no quedaba ni un pelo en mi cabeza (sin albur), así que lo recogí y me lo puse de nuevo para no espantar a nadie mientras durmiera. Metí mi figura, triste y fría, entre el colchón y las cobijas, y sentí su contacto con el cálido cuerpo de Emma Thomas, que se puso a murmurar sin abrir los ojos. "¿Por qué te suicidas lentamente?", me preguntó. "Porque no tengo prisa", le respondí.

Y entonces dormimos como nunca y viajamos de la mano a través de la noche por los océanos del tiempo, hasta que un día despertamos bajo tierra, cada quién en su ataúd, y aquí estamos, hablándonos, quejándonos eternamente. ¡Carajo!, ya hasta parecemos personajes de Pedro Páramo.

[] Iván Rincón Espríu

Octubre de 2003

Entre los escombros de mi cuerpo encontré sin buscarlo el recuerdo de tu voz. Un aire de melancólica intimidad se coló por las ranuras del tiempo roto, invadió la soledad de mi insomnio (como las fiestas estridentes de mis vecinos) y echó a volar las hojas de papel en donde había dibujado tu rostro y tu cuerpo, tu mirada gatuna, el contoneo de tu cabello como campana, la elasticidad de tus labios y hasta la electricidad de tus ingles. Al tratar de reunirlas de nuevo, las hojas de papel salieron por mi ventana convertidas en gaviotas... Sorprendido, observé cómo, en pleno vuelo, se destrozaban unas a otras; sus restos cayeron desplomados y desplumados sobre las azoteas.

Por eso he decidido, muy seriamente, no volver a dibujarte, y espero que nunca me encuentre con otro recuerdo tuyo al juntar los últimos pedazos de mi cuerpo en ruinas.

"Se me hace que ya estás loco", dijo Emma Thomas, columpiando la pantorrilla desde el brazo del sillón y tomándose, como si nada, la última botella de vino que me quedaba. Entonces advertí que las piernas de Emma Thomas son idénticas a las de Gabriela Roel en su mejor momento (Ciudad de ciegos, Pueblo de madera, Gringo viejo).

El recuerdo espontáneo de tu voz llenó de una música sutil la atmósfera de sensualidad en mi memoria obsesiva, pero erosionada; pasó por sus poros y se fue, se perdió para siempre en el laberinto de la soledad, en los intersticios del insomnio, en la intrincada maraña del olvido acumulado. Traté de detenerlo con las manos al dibujarte compulsivamente, pero resultó que tu recuerdo era inasible y que te había perdido finalmente... así, de una vez para siempre.

"Se me hace que ya estás loco", dijo Emma Thomas otra vez, y entonces noté que sus labios son iguales a los de Isabelle Adjani, aunque también se parecen mucho a los de Estella Warren. Y entonces la mujer comenzó a dormirse en el sillón con mi última botella de vino en su regazo, derramando lo que quedaba.

"Ven a dormir a la cama", le dije, y entonces noté que sus senos son idénticos a los de Monica Bellucci.

Entre los escombros de mi cuerpo encontré también mi alma, inexplicablemente intacta. Y desde entonces puedo verme otra vez en el espejo.

Regresé a la mesa y al teclado, no sin antes tropezar con los escombros de mi cuerpo y pensar que los ojos de Emma Thomas se parecen mucho a los de aquella adorable adolescente, hoy cuarentona y pésima actriz, que se llama Demi Moore (y que sigue estando guapísima la desgraciada). Además, noté que aquellos ojos nada tienen que ver con los de Winona, como había creído antes. Y noté que el color de su piel estaba entre Jennifer López, Salma Hayek y Bruce Lee.

Se me hace que esta mujer es tan imaginaria como todo lo que produce Hollywood, pensé.

"Se me hace que ya estás loco", dijo ella, esta vez hablando dormida.

Y es así que te busqué entre todo lo que me rodea, incluyendo los escombros de mi cuerpo; busqué tu mirada entre los gatos que viven por aquí... busqué tu voz en las películas orientales habladas en francés... busqué tu cabello contoneándose como campana al ritmo de tu paso torpe... busqué tu olor entre los pliegues de mis sábanas, y sólo encontré la urgente necesidad de llevarlas a la lavandería, porque ya apestan a insomnio rancio.

"Se me hace que ya estás loco", sigue diciendo Emma Thomas, pero acá entre nos, dentro de un rato estará más muerta que yo. Sólo tengo que elegir el arma, decidir si la mato con palabras hirientes o con mi silencio, que a veces le duele más.

[] Iván Rincón Espríu

Emil Schildt

Octubre de 2003

De niña, Ariadne pensaba que adentrarse de noche en el mar, a través de la niebla, era navegar entre las nubes de un cielo al alcance de la mano. Seducida por el canto de las sirenas, el encanto de los buques fantasmas y el sueño de los dragones dormidos en el fondo del océano, su imaginación bogaba en las húmedas tinieblas de un mundo fantástico. Paradójicamente, sería su decepción por el mundo real el motivo de que una noche, a los veinte años de edad, Ariadne robara un bote de remos para llevarse mar adentro, a la deriva, desde la vera rocosa del puerto, sus penas y tristezas acumuladas, sus frustraciones y amarguras tempranas, y que tratara de ahogarlas en aguas ignotas y remotas, como su felicidad, profundas y recónditas, como su soledad, abundantes y saladas, como sus lágrimas.

Esa noche, la niebla era tan densa que se fundía y confundía con la superficie del mar. Ariadne remó sin rumbo hasta cansarse y entonces arrojó los remos al agua; se dejó llevar por la corriente, bebiendo vino tinto a pico de botella y dando un sorbo tras otro, hasta la última gota. "El único mensaje que puede enviar este pomo es su vacío", pensó, antes de aventarlo; "al cabo soy yo la pequeña isla en medio de un mar de incomprensión". Sin remos y sin brújula o rosa náutica, sin astrolabio ni sextante, y sin la posibilidad de ver más allá de su entorno inmediato, flotó durante horas sobre las mansas aguas del mar nocturno hasta encallar entre rocas y arrecifes de una isla cercana.

Desconcertada, Ariadne observó el lugar y, desde luego, descartó el intento de zarpar otra vez, por lo que salió del bote y rodeó, cuesta arriba, la escarpada pendiente de los acantilados; llegó a la planicie alta y, en medio de un paisaje cada vez más sombrío, en el que las ramas de los árboles secos parecían grietas en el cielo sin estrellas, caminó hasta el antiguo cementerio de los monjes ciegos. Con más curiosidad que sorpresa, lo escudriñó sin dejar de caminar y se recostó agotada sobre una lápida. Bajo el influjo del plenilunio velado por nubes pasajeras, entre el silbido del viento y el rumor de las hojas muertas, la bruma de sus ojos se convirtió de pronto en un caudal de lágrimas, un llanto incontenible y sin consuelo. Ariadne se quitó entonces la cazadora, de donde sacó una vieja navaja marinera, y cortó de tajo las venas de sus muñecas; esperó a que desangraran, y empezaba a perder la conciencia cuando percibió, con un esfuerzo postrero, que alrededor suyo revoloteaban unos inmensos murciélagos, que lo hacían cada vez más cerca de ella y eran cada vez más. Aterrorizada, se protegió instintivamente, haciéndose un ovillo, con una posición fetal. Y la creciente nube de murciélagos abrió paso a la escultural silueta de un cuerpo femenino que se aproximaba de espaldas a la intensa claridad de la luna llena, como una sombra proyectada en el aire. Era un cuerpo desnudo y maquillado a manera de camuflaje, como para mimetizarse con la oscuridad de la noche; el cuerpo atlético, alto y esbelto, de una mujer de tez muy blanca y cabello muy negro, de ojos grises y mirada penetrante; una mujer de belleza enigmática y espectral. "No temas", le dijo a Ariadne; "los murciélagos no te harán ningún daño". Acarició su cabeza y sus hombros, secó sus lágrimas, la envolvió con un abrazo cálido y la llevó cargando, entre los ecos de las tumbas vacías y los esqueletos de sauces que arañaban el cielo, hasta un castillo ruinoso.

Desde la cima de un peñasco de granito, en el último rincón de la isla, unas altas torres miraban a través de sus ventanas, angostas y verticales, el cielo sobre el mar y las montañas, hasta el valle en donde descansaba el antiguo cementerio de los monjes ciegos, y desde ahí, al filo de una delgada cordillera, la vereda serpenteaba hasta la boca del monstruoso edificio como si fuera su lengua. Indiferentes al revoloteo de los murciélagos, siete gárgolas de cuerpo entero, apostadas en cada uno de los costados, vigilaban el exterior, mientras que en su interior guardaban celosamente un silencio de piedra. Aquel castillo era oscuro y lóbrego; el paso de los siglos por sus muros los había cubierto de musgo negro; en la entrada principal, un desvencijado y erosionado puente, otrora levadizo, crujía sacudido por las rachas del viento.

[] Iván Rincón Espríu

Octubre de 2003

Al regresar a la mesa que compartía con Javier Molina en el quiosco de la plaza central, Bernabé lo encontró enojado, bastante más borracho que cinco minutos antes y rodeado de niños tzotziles que, indiferentes ante su soliloquio, jugaban canicas. "¡Vete de mi pueblo, soldado!, ¡no tienes nada qué hacer aquí!, ¡¿con qué derecho vienes?!, ¡lárgate!, ¡nadie te ha llamado!", gritaba indignado a los cuatro vientos el viejo duende, cuando en un repentino cambio de actitud se levantó de su silla, dirigiéndose a uno de los niños que jugaban canicas; "déjame tirar una", le pidió, y el pequeño chamula permitió pacientemente que un desatinado tiro lo obligara a salir corriendo del quiosco tras la cuica. Nuevamente sereno, Javier Molina señaló con el índice a los altos del palacio municipal. "¿Sabías que ese reloj tiene un balazo?", le preguntó a Bernabé, quien supuso que se lo habrían dado los zapatistas cuando tomaron la ciudad el primero de enero de 1994. "Nada de eso", repuso el primero; "se lo dio un campesino sublevado en la época de la revolución, que tuvo que irse para siempre, porque el gobierno le había puesto precio a su cabeza; me voy, dijo, pero antes de irme les dejo este recuerdo, y le disparó desde aquí al reloj".

Sin actuar propiamente, Javier Molina hizo el papel de un borrachito en la película Danzón, de María Novaro. Según su versión, el director de actores le dijo: "Vas a estar aquí cuando pasen dos mujeres muy guapas que son la hija de María Rojo y su amiga, y entonces dices algo, lo que se te ocurra". Sentado en la banqueta, el "teporocho" vio acercarse a las actrices y espetó: "¡Mamacitas! La verdad, merezco más, pero con eso me conformo".

La Caravana Arcoíris, que llevó al Encuentro Intergaláctico su pacifismo demagógico, tuvo una despedida mística y "pasiflorina", como sus integrantes, en la casa de San Cristóbal donde se alojaron, y desde luego, uno de los colados a la fiesta era Javier Molina. Los integrantes de la caravana explicaban el significado de sus cantos y después, mientras unos hacían la música, otros la bailaban como en un ritual de purificación del ambiente, para ahuyentar a los malos espíritus y en particular al chocarrero de Javier Molina. Sentados en círculo, cantaban que somos el sol y la luna, el mar y la tierra, el cielo y las estrellas, y los que no tocaban un instrumento musical dibujaban el vaivén de la música en el aire con el movimiento de los brazos. Javier Molina entraba y salía del círculo con su trago en la mano; "¡Ave María Purísima!", exclamaba, "¡Madre María Santísima!", y trataba de ahuyentar el vaho de incienso que le arrojaban, hasta que los místicos lograban expulsarlo del círculo, como a un olor intruso, acarreando aire con las manos, y seguían cantando que somos el sol y la luna, el mar y la tierra, el cielo y las estrellas. Javier Molina, una vez fuera del círculo, aprovechaba para servirse otro trago. "¡Yo no soy el sol!, ¡yo no soy la luna!", decía. "¡Yo quiero mear!". Al final lograron expulsarlo también de la casa.

[] Iván Rincón Espríu

Septiembre de 2003

"Las mujeres juchitecas tienen el corazón descalzo", decía el primer verso de un poema que leí hace más de diez años en un libro escrito y encuadernado a mano, un homenaje literario y artesanal de varias juchitecas en particular a todas sus paisanas en general; era un trabajo ejemplar, y un ejemplar de aquel trabajo estuvo en mis manos esa noche gracias a Natalia Toledo, una de sus autoras, quien tendría entonces unos 22 años. Aquella era una noche cálida y bohemia en Ra' Bacheeza, como solían ser los mejores momentos en ese refugio de confianza y serenidad.

Ra' Bacheeza, el nombre mágico del lugar, entraña todo un concepto, especialmente para quienes, ajenos al universo cultural zapoteco, no encontramos equivalentes entre una palabra y otra en diferentes idiomas, sino significados propios. Quizás una traducción al castellano podría ser "lugar oculto y encantado, nuestro escondite". Desiderio de Gyves (Deyo), ahora director de la Casa de la Cultura, era entonces dueño y administrador de Ra' Bacheeza, una cantina con restaurante, más que un restaurante con servicio de bar, y su espacio solemne para una exposición pictórica y escultórica permanente, en donde se encontraba también un estante de libros y revistas a la venta y al alcance de las manos y los ojos, que algunos clientes leímos por partes, pero nadie compró jamás. Cuando alguien le preguntaba el significado de Ra' Bacheeza, Deyo respondía con un resumen ambiguo, como para que, finalmente, cada quien imaginara lo que pudiera o le viniera en gana. Ra' Bacheeza quiere decir "lugar para estar", contestaba. En momentos de cierta "inspiración" (por supuesto, etílica), emprendía una búsqueda semántica y etimológica de la equivalencia del concepto con el significado en castellano de la palabra oasis. Más "inspirado" aún, cuando el ambiente se prestaba para la bohemia y la intimidad, tomaba su descuidada guitarra y cantaba una canción llamada también Ra' Bacheeza, de Manuel Reyes Cabrera (Ta' Rey Baxa), que habla en zapoteco de una obsesión insomne por la ausencia de ella y la soledad de él, y dice que él regresa de noche al escondite, al "pozo aquel", para pensar en ella, como si la esperara, hasta el amanecer...

[] Iván Rincón Espríu

Emil Schildt. Kala..the Deer..

Septiembre de 2003

En el vacío insoportable que llenaba su insomnio de una profunda soledad, buscó instintivamente la belleza en la imaginación y la memoria para esculpir una estatua femenina de cuerpo entero y tamaño natural. Trabajó sin descanso hasta lograr el equilibrio entre realismo y perfección, y al quedarse dormido, físicamente agotado por el esfuerzo invertido en esta obra, después de tomarse unos tragos admirándola y reflexionar sobre su triste condición de isla en medio de un mar de incomprensión, su escultural homenaje a la sensualidad adquirió vida humana, movimiento y autonomía, se le acercó suavemente para envolverlo de cariño y calidez corporal, y con caricias lo fue despertando poco a poco. Él correspondió espontáneamente a la iniciativa de ella, aun sin entender qué sucedía, si era un sueño, un delirio alcohólico, una fantasía realizada o la identificación inconsciente del sudor de sus manos con la humedad de la arcilla, y la amó como a nadie había amado nunca, la gozó tanto como ella lo gozaba; alcanzaron la cima de la pasión y atravesaron las fronteras de sus propios cuerpos al fundirse y confundirse en un abrazo ardiente. Ella volvió paulatina pero inevitablemente a ser estatua, ahora con él en su regazo, y ambos adoptaron la forma de una sola figura abstracta. Ella regresó a su origen y él a su inexistencia para el resto de los seres vivientes y no supo nunca más de soledades.

[] Iván Rincón Espríu

Agosto de 2003

Olvidaremos todo cuando nuestras bocas pasen de las palabras a los hechos. Las sombras de los sueños serán entonces falsos recuerdos. Las sombras de nuestros cuerpos se fundirán y confundirán con la oscuridad del cuarto y harán de las suyas por fin; harán de las suyas un espejo de sombras que las multiplicará hasta el infinito, pero no podrá llenarlo todo de oscuridad, porque las sombras no serían posibles si no existiera la luz. Somos seres de luces y sombras. Yo estoy perdiendo la luz de los ojos. Tú perdiste hace mucho... mi sombra.

En la árida soledad de este desierto, tengo una sed insaciable de ti, y nada más de ti. Camino agonizante hacia el lejano espejismo del oasis, dejando a mi paso brazos y piernas, trozos y retazos (no retazo con hueso, como dicen en las carnicerías, sino pedazos de hueso con un poco de piel). Pero siempre retoño, como el árbol talado del gran Miguel Hernández, y recuerdo la frase que tanto le gusta repetir a alguien por allí: "los árboles mueren de pie".

Cuando era niño vi una lluvia de estrellas y desde entonces esperé a volver a ver algo igual... "¿Y qué pasó?", preguntó Gen. "Pasó que ese niño creció y un día conoció a la estrella más grande y más hermosa y más brillante, que eres tú, y entonces olvidó a todas las otras", contestó el bandido. "Y ese niño creció, se hizo ladrón y un día robó mi peine de jade", agregó Gen, con melodiosa voz.

Cuando yo era niño imaginaba que el pensamiento era el eco de algún sonido lejano. Ahora entiendo que el sonido es un eco del pensamiento... Y el ruido es otra cosa; el ruido es una excreción mental, a falta de pensamiento (el que no tiene argumentos, por ejemplo, insulta, y claro, hay gente cobardísima que grilla, chismorrea, intriga). "Y hubo tanto ruido que, al final, llegó el final". "Hubo tanto ruido que, al final, no escucharon el final". "Tanto ruido y, al final, por fin el fin". "Tanto ruido y, al final, la soledad" (Joaquín Sabina dixit).

Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí, y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres, porque el amor, cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren.

¿En qué me quedé? ¡Ah, sí! Decía que los fantasmas de un pasado que no existe (esto último me suena conocido) cobran vida en el delirio del insomnio y la pesadilla de una noche triste. Siempre he sentido que la historia de las sillas no la escribió Silvio Rodríguez, sino Marcos. La canción dice que, "a través de su cansancio, pasa un viejo que le seca con la sombra el sudor". Y entonces imagino al Sup (casi lo veo), en el peor momento de la gran persecución de 1995, abriéndose paso a machetazos entre la maleza, mochila a espalda, en el límite de sus energías, hacia el espejismo del oasis, idealizando al viejo Antonio, tratando de que sus fuerzas físicas no se agoten, de apoyarse en su moral y mantenerla en alto... Lo logró. Cuando el Sup reapareció públicamente a finales de ese año en La Realidad había empequeñecido físicamente; estaba esquelético, se veía incluso más bajo de estatura... en cambio, algo de su autoridad moral había crecido. Comenzó a leer un comunicado, pero interrumpió la lectura cuando los murmullos se hicieron más fuertes. "Aunque no lo crean soy yo", dijo; "lo que pasa es que estos meses han sido tiempos difíciles, pero hoy hay luna llena y..." (su espontáneo soliloquio está grabado por ahí para quien lo quiera).

Cuando abundan las sombras parece que todo fuera oscuridad; pero siempre hay alguna luz que las proyecta, y en medio de la selva, esa luz suele ser un reflejo de la luna... a veces luna llena. El conejo de la luna es en realidad el conejo que vemos a través del espejo desde la posición de Alicia... Alicia en el país de las pesadillas, Alicia en el país de las tragedias surrealistas, Alicia en México.

Pero cuando tu boca y la mía pasen de las palabras a los hechos, y tu cuerpo y el mío vuelvan a ser lo que antes fueron (complementos, correspondencias), y el silencio no rime con ausencia, sino con espacio, para poner algo de sonido ahí... Cuando la suma de nuestra soledad y la de todos no tenga como resultado una resta, y no llenemos el vacío con humo, ni el abismo con nuestro suicidio, volveremos a vivir y, quizás algún día, no muy lejano, seamos felices.

Por lo pronto, no dejo de buscarte hasta en los sitios más sórdidos, en las alcantarillas y los antros, lupanares de mala muerte y peor vida, en los tugurios de Garibaldi y hasta en los contenedores de Apatlaco. Un día me llevaron a las mazmorras de Tlaxcuaque, me dieron una golpiza y me arrojaron al canal de Chalco; abrí los ojos de nuevo en los deshechos de Tlalpan, entre ruidosas moscas y cucarachas silenciosas, perros muertos y un tumulto de ratas.

Pero ya... basta por hoy. He decidido no buscarte más, y espero que me llames, que me escribas, que te comuniques, por lo menos, con señales de humo.

Saludos, Salud... Obviamente no estoy brindando con nadie, sino enviándote un saludo, mi extraviada Salud.

Espero recuperarte.

[] Iván Rincón Espríu

Emil Schildt. Portrait with Pearls...

Julio de 2003

Le di la mano a Y'ahali cuando nos despedimos y ella no volvió a soltarme; se quedó con mi mano. Tuve que regresar aun así a la ciudad de México y ahora me dicen el manco de Lepanto. ¡Ah, cómo extraño mi otra mano! Ayer, en cuanto amainó la tormenta, salí a caminar, como todas las noches que llueve, pero apenas había escampado cuando comenzó a caer otro aguacero torrencial. Un rayo se precipitó a un metro de mí y, antes de que tronara en mi oído, se abrió el piso. Eché a correr de regreso, pero tropecé con un gato muerto, y al caer se me perdió un ojo en el pasto enlodado. Yo, otrora caminante de cañadas tzeltales, hoy empapado hasta la médula y taquicárdico, no podía percatarme de que estaba sangrando del oído.

Esta noche dormí pésimo. Se apareció en mis pesadillas Elba Esther y, en medio del delirio, pensé que si despertaba estaría Martita acostada conmigo... Desperté solo, afortunadamente, pero con la desagradable sorpresa de que se me había caído la oreja.

Yo había hecho lo peor que puede hacer alguien en la soledad de su insomnio: tomar dos tasas de café y leer El coronel no tiene quién le escriba, ese intento de novela inconclusa, decepcionante y deprimente. Así que salí a caminar sobre los charcos para pisar a las estrellas que se quedaran dormidas y quitarme el mal sabor que me había dejado la novelucha. Pero nunca dejé de pensar en ella. No he visto la versión de Ripstein y me pregunto qué papel habrá hecho Salma Hayek si en la "novela" no hay un solo personaje que le corresponda... En fin. Quizás el director y su guionista (creo que es su esposa) rescribieron toda la historia de García Márquez.

Lo importante para mí era eludirme, ser lúdico, escapar del insomnio, que primero es obsesivo y después depresivo, dejar de pensar por un momento en la guerra del bien contra el mal, esa en donde los buenos son peores que los malos, y en la guerra contra el terrorismo, esa en donde mueren más de ocho mil personas y sus asesinos, destructores de una civilización entera, se dicen liberadores, y en la guerra preventiva, esa en donde unas armas de destrucción masiva son el pretexto para la destrucción masiva de un país y una región mundial, además de inspirar los planes inmediatos para rehacer la geografía política del planeta.

Lo importante para mí era eludirme con literatura, pero sin pensar otra vez en Orwell, tan de moda hoy, no por aquello del "Gran Hermano", sino por el lenguaje eufemístico del poder bélico, George Wácala Bush y su perro faldero, Tony Blare... con perdón de los perros. Los que participan en Big Brother, Operación Triunfo, La Academia, Factor Miedo y demás estupideces por el estilo no tienen ni puta idea de quién carajos es Orwell. Y los que ven televisa o televisión azteca, menos.

Por cierto, ¿quién carajos es Orwell?, ¿lo conocen en su casa?

Los "replicantes" de Blade Runner descubrieron un día que no eran humanos, que sus "recuerdos" eran injertados, y que, a pesar de no ser humanos, morirían. Por eso es que se rebelaron... lo cual me hace pensar que hay una gran similitud entre esta película de Ridley Skott -clásico imprescindible de la ciencia ficción- y la última novela de Orwell -clásico imprescindible de la literatura.

¡Chale! Ahora que recuerdo, la última novela de Orwell se llama 2004 y su trama no se desarrolla en Londres, sino en Washington y New York, y además, "El Gran Hermano" se llama George Wácala Bush...

Diez años más joven que yo, Y'ahali es una abogada triqui, tan afectiva y generosa que uno puede regresar manco de Oaxaca, pero con más alma siempre. Y'ahali trabaja con Israel Ochoa Lara, el abogado que ha logrado sacar de la cárcel a más de cien zapotecos loxichas acusados de pertenecer al EPR. El equipo de abogados que encabeza Ochoa Lara es también el que, más recientemente, logró detener la privatización de Monte Albán, representando legalmente a los campesinos -comuneros, ejidatarios y ciudadanos en general- de Santa Cruz Xoxocotlán.

Y'aha, como se llama realmente mi amiga, significa flor en triqui, pero sus amigos le decimos Y'ahali, florecita.

[] Iván Rincón Espríu

Julio de 2003

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Habían pasado 75 años de profundo letargo y "el doctor Lameme" le recomendaba seguir durmiendo para que soñara con la transición a la democracia en México, igual que una década antes había soñado con el ingreso del país a la modernidad.

Pero el ciudadano abrió los ojos y vió que el monstruo jurásico seguía como si nada, como si no hubiera perdido las elecciones presidenciales hacía tres años. Claro que no era el regreso del PRI (ni el de Salinas), sino la confirmación de su permanencia.

¡Qué ingenuo había sido el votante sin la visión de que Fox y sus "amigos" no harían más que llevar hasta sus últimas consecuencias las reformas salinistas! ¡Qué ingenuo había sido el que creyó votar por un cambio y no alcanzó a ver que, si acaso, sería un simple cambio de piel! ¡Qué ingenuo!

Ahora otra creatura de la era PRI-histórica, inclusive más retrógrada, tenía su turno en la involución del país, y el dinosaurio esperaba a que su retoño amarillo saliera del huevo para comérselo.

[] Iván Rincón Espríu